Los modelos educativos futuros no podrán ignorar la omnipresencia de Internet. ¿Cómo acompañar a los alumnos en el nuevo paradigma?

Dice un lugar común, frecuente en los días que corren, que las nuevas generaciones se aburren con facilidad. Que están sobreestimuladas desde sus primeros años de infancia y que se acostumbraron a tenerlo todo al alcance de la mano. La realidad es que los llamados “nativos digitales” (las generaciones nacidas en un mundo con Internet) son parte fundamental de un cambio de paradigma, fuertemente asociado a la masificación de Internet.

Las virtudes prácticas de la red de redes son innumerables y, al mismo tiempo, cada día se descubren nuevos usos insospechados. La forma en que Internet está transformando a la sociedad y sus valores culturales tradicionales es un tema mucho más difícil de vislumbrar a corto plazo: los cambios culturales llevan tiempo.

Son muchos los lugares en los que Internet hace sentir su presencia. La educación es, sin lugar a dudas, uno de ellos. Bastaría hablar con cualquier docente para darnos cuenta de cómo Internet ha sabido introducirse, por las buenas y por las malas, en el aula de clase: los educadores deben ponerse al día con los continuos cambios que Internet propone.

Dos maneras de enfrentar la ola

Hay quienes piensan que la presencia de Internet puede dosificarse en el aula de clases, construyendo diques y represas para decidir cuándo y cómo los alumnos pueden acceder a la web. Habrá docentes que prohíban las búsquedas por Internet en los trabajos de investigación, por ejemplo, para forzar a los jóvenes a “volver” a los libros, seguramente pensando que leer en línea es una actividad diferente a leer en papel, o solamente buscando protegerse de un conjunto de herramientas digitales que ellos, por desgracia, dominan menos que sus alumnos. Esos métodos conservadores, por lo general, solo logran reforzar el desinterés y la desmotivación en los nativos digitales.

Otras posturas, en cambio, sostienen que es mejor surfear la ola venidera que ser arrastrados por ella, y se plantean la forma de integrar las nuevas tecnologías de información y comunicaciones (TIC) en el aula de clase o incluso llevar el aula al ciberespacio. Algoritmos dedicados a identificar el plagio online, portales enciclopédicos de búsqueda por palabra clave, videos tutoriales para el refuerzo educativo e incluso universidades en línea son apenas algunas de las estrategias que aspiran a hacer de Internet un perfecto aliado de la educación. Tal vez es el momento de reformular las ideas tradicionales de educación para dar paso a modelos más dinámicos y participativos.

El estadounidense Nicholas Burbules, doctor en Filosofía de la Educación de la Universidad de Stanford, sostiene la necesidad de emplear las TIC como un instrumento para repensar el concepto de educación, especialmente cuando estas tecnologías permiten la ausencia del alumno respecto al plantel educativo.

El aprendizaje ubicuo

Burbules propone el concepto de “aprendizaje ubicuo”, según el cual podemos aprender en todo momento, fuera del contexto de la institución, gracias a los dispositivos electrónicos. De esta manera, diferentes aprendizajes se podrían dar en distintos contextos, algunos requiriendo la presencia física del alumno, como el aprendizaje social, y otros no. Por ende, la enseñanza futura tendría que comprometerse más con el contexto vital de las nuevas generaciones y no simplemente prometerles herramientas cognitivas y mentales que más adelante vayan a necesitar para el trabajo.

De posturas como la de Burbules se deduce que si Internet, en efecto, representa una amenaza para el modelo tradicional educativo, lo es en la medida en que el docente sostenga su autoridad en la promesa de tener todas las respuestas. Hace rato que sabemos que ese no es el rol real de un profesor, sino conducir al alumno hacia la comprensión de la información. Quizá hemos tardado en crear un paradigma de reemplazo, uno que comprenda cómo Internet ha hecho ubicuo el conocimiento, es decir, disponible a la distancia de unos pocos clics y, por ende, la educación debería priorizar aquello que Internet no es capaz de brindar.

Cualquier modelo educativo futuro deberá enfrentar ciertos desafíos para adaptarse al nuevo paradigma:

  • La legitimidad de la información, esto es, cómo elegir fuentes confiables, cómo buscar apropiadamente, cómo filtrar el contenido irrelevante y obtener información de calidad. No sirve de nada tener millones de gigas de información, si no sabemos leerla.
  • La experiencia multimedia, es decir, los diferentes canales de comunicación disponibles en línea y que pueden integrarse en una misma dinámica educativa. Esto fomenta también que los alumnos expresen lo entendido de distintas maneras, permitiendo nuevos métodos de retroalimentación educativa.
  • El valor del contenido original, dado que uno de los grandes retos educativos del uso de Internet es el “refrito” de información, a veces parcial o pobremente parafraseada, que se ofrece como respuesta rápida o solución prefabricada a las tareas de clase. Para esto, obviamente, habrá que repensar lo que se entiende por “tarea”.
  • La defensa de nuestra identidad y privacidad, especialmente en el marco de las redes sociales y el nuevo “espacio público” que Internet representa. No por estar dentro de casa estamos menos expuestos a terceros.

Estas perspectivas son solo un primer paso que la sociedad deberá emprender para hacer de Internet un aliado y no un estorbo en la necesaria labor educativa. Todavía hay mucho por hacer y tal vez sean precisamente los nativos digitales quienes se animen a reformular un paradigma educativo nacido en un mundo previo, muy previo, a la existencia misma de Internet.

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