La historia de las enciclopedias nos habla del anhelo constante del hombre por conservar y organizar el conocimiento.

Cuenta la leyenda que el escritor argentino Jorge Luis Borges (1899-1986), al separarse de su primera esposa únicamente se ocupó de llevar consigo su ropa y su colección de la Enciclopedia Británica, que había heredado de su padre y que consultaba a menudo en busca de estímulo e información. Se dice incluso que allí habría encontrado el modelo para su primera obra narrativa, Historia universal de la infamia (1935).

Semejante devoción por las enciclopedias hoy puede parecernos extraña. Las generaciones nacidas de la mano de Internet tienen la información siempre disponible, en la pantalla del teléfono en el bolsillo del pantalón; y sumergirse entre las cientos o miles de páginas de un libro enorme, como se hacía antiguamente con diccionarios y enciclopedias, puede parecer una imagen ancestral. Pero, ¿han cambiado tanto las enciclopedias a lo largo del tiempo?

Una antigua vocación

La idea misma de la enciclopedia proviene de la antigüedad remota. En la Sumeria del 4.000 a. C. aproximadamente, y en el Egipto imperial de casi dos mil años después, se intentaron proto-enciclopedias que consistían en listados temáticos ordenados alfabéticamente, conocidos como «listas lexicales». Una de las más conocidas fue la Onomástica de Amenhotep (alrededor de 1.100 a. C.). A su manera, estos listados vendrían a ser los ancestros de los diccionarios y las enciclopedias, y demuestran que desde los inicios mismos de la civilización, el ser humano se preocupó por conservar y organizar sistemáticamente sus conocimientos.

En la Grecia Antigua, cinco siglos después, los grandes filósofos helénicos, Platón (428-348 a. C.) y su discípulo Aristóteles (384-322 a. C.) —pero también Demócrito (c. 460-c. 370 a. C.) y Posidonio (c. 135-51 a. C.), aunque las obras de estos dos últimos se hayan perdido casi en su totalidad— se propusieron abordar exhaustivamente los saberes de su cultura en un diverso conjunto de obras escritas. Entre ellas se destaca el diálogo platónico Timeo, en el que se abordan temas diversos, desde astronomía, cosmogonía y física, hasta medicina.

Sin embargo, este conjunto de saberes no fue realmente difundido hasta más de dos siglos después, alrededor del año 50 a. C., y fueron los antiguos romanos quienes más se interesaron en ello. Filósofos y naturalistas como Marco Terencio Varrón (116-27 a. C.), autor del extraviado Antiquitatum rerum humanarum et divinarum (“Antigüedades de lo divino y lo humano”); o como el célebre Plinio, “el viejo”, (23-79) autor de una de las pocas obras enciclopédicas que sobreviven hasta hoy: Naturalis historia (“Historia natural”), entre muchos otros.

Las primeras enciclopedias

Propiamente dichas, las primeras enciclopedias aparecieron en la Edad Media, obra de eruditos de diversas culturas: la Brijat-samjita de 106 capítulos, del erudito indio Varaja Mijira (505-587); la Rasa il Ijwan as-Safa o “Enciclopedia de los Hermanos de la Pureza”, escrita por un grupo de filósofos musulmanes de Basora en el siglo X; el Liber glosarum latino, escrito a mediados del siglo VIII por los monjes de la abadía benedictina de Corbie, en Francia; o la posterior Enciclopedia Yongle china, encargada por el emperador de dicho nombre a 2000 eruditos, durante la Dinastía Ming en 1403.

Sin embargo, aquellas fueron épocas de oscurantismo, en las que la letra era desconocida por las masas cristianas europeas, de modo que semejantes joyas del saber, y muchas otras posteriores, pasaban mayormente desapercibidas en occidente. Aun así, la invención de la imprenta permitió elaborar este tipo de obras voluminosas en breve tiempo, al menos comparado con lo que tardaban los copistas de la antigüedad en hacerlas a mano.

La primera enciclopedia impresa en 1503 fue la Margarita philosophica (o “Perla filosófica”) obra del monje cartujo alemán Gregor Reisch (1467-1525). La primera en llamarse a sí misma «enciclopedia» fue la Encyclopedia orbisque doctrinarum, hoc est omnium artium, scientiarum, ipsius philosophiae index ac divisio (1538), obra del también alemán Johannes Aventinus (1477-1534).

Así comenzó a existir formalmente el término «enciclopedia», herencia de las voces griegas enkyklios (“circular” o “recurrente”) y paideia (“enseñanza”), que vendría a significar algo así como “conocimiento general”. En ese entonces, los vientos del Renacimiento habían comenzado a soplar en occidente, haciendo que los saberes de la antigüedad fueran revalorizados, a medida que la fe religiosa cedía terreno a la razón. Y en los futuros esfuerzos por construir una sociedad laica, científica y racional, la enciclopedia iba a jugar un papel importantísimo.

La hija predilecta de la Ilustración

Hubo muchas obras enciclopédicas y diccionarios entre el fin del medioevo en el siglo XV y el surgimiento en la Europa de la Ilustración, a mediados del siglo XVIII.

Sin embargo, ninguna reflejó tan bien el espíritu empirista, materialista y pragmático de la cultura burguesa de la época, como la Encyclopédie, ou Dictionnaire raisonné des sciences, des arts et des métiers (“Enciclopedia o diccionario razonado de las ciencias, las artes y oficios”), editada entre 1751 y 1772, y dirigida por los escritores, filósofos y enciclopedistas franceses Denis Diderot (1713-1784) y Jean le Rond D’Alembert (1717-1783).

Conocida como La Enciclopedia, o también La Enciclopedia de Diderot y d’Alembert es una de las mayores obras del siglo XVIII. Se escribió con la colaboración de inmensas figuras de la cultura francesa de la época como Voltaire, Rousseau, el barón de Holbach, Turgot, entre otros 140 colaboradores, y abarca 72.000 artículos distintos, acompañados de ilustraciones: toda una proeza para la época, aunque hoy pueda parecer poca cosa, comparada con algunas enciclopedias modernas.

Sin embargo, el valor de esta enciclopedia fue tal, que a su alrededor se gestó un movimiento conocido como «enciclopedismo», comprometido con la difusión del saber total y con el combate de la ignorancia y la superstición, que se consideraban taras heredadas de la cultura religiosa medieval. Los saberes incluidos en esos 28 volúmenes de La Enciclopedia cumplirían un importante rol educativo, elogiando la reforma protestante y desafiando a la Iglesia Católica; y ayudando así a sentar las bases para la caída del Antiguo Régimen, es decir, para la Revolución Francesa de 1789: un evento que abriría la puerta al mundo moderno, tal como hoy lo comprendemos.

La edad dorada de las enciclopedias

Un listado de las enciclopedias publicadas desde la Revolución Francesa hasta hoy sería tan extenso que no cabría en estas pocas páginas, pero permitiría demostrar la importancia creciente que ese tipo de proyectos ha tenido durante la formación del mundo moderno y, al mismo tiempo, su capacidad para reflejar la cultura de la época.

Por ejemplo, el estallido de la Revolución Industrial y el capitalismo en pleno siglo XIX trajo consigo un estallido semejante en ediciones enciclopédicas, muchas de las cuales respondían a la mirada colonialista con que la Europa imperial se relacionaba con el resto del mundo. Ese fue el caso, por ejemplo, de algunas de las ediciones más famosas de la Enciclopedia Británica, la misma que Borges atesoraba y que había comenzado a publicarse entre 1768 y 1771.

Impresa en lujosos ejemplares de cuero, esta enciclopedia siguió fabricándose en papel hasta 2012, la Britannica formaba parte de un conjunto de exclusivos y celebrados proyectos enciclopédicos modernos, entre los que destacan:

  • El gran diccionario universal del siglo XIX. También conocido como el “Gran Larousse del siglo XIX”, fue dirigido por el célebre gramático y pedagogo francés Pierre Larousse (1817-1875). Comenzó a publicarse en 1863 y consta de 15 volúmenes, con más de 20.000 páginas totales, y publicó su último volumen en 1888.
  • La Enciclopedia universal ilustrada europeo-americana. También conocida como la Enciclopedia Espasa-Calpe, fue el gran proyecto enciclopédico español del siglo XX. Comenzó a publicarse entre 1905 y 1930, y sumó posteriormente índices y suplementos hasta alcanzar en 2012 los 119 volúmenes de más de 180.000 páginas.
  • La Enciclopedia Italiana de las ciencias, las letras y las artes. También llamada Enciclopedia Treccani o Enciclopedia Italiana, comenzó a publicarse en 1929 por Giovanni Treccani y Giovanni Gentile, y fue quizá el mayor proyecto italiano de investigación cultural de todos los tiempos.
  • La Enciclopedia Brockhaus. Conocida en lengua alemana como Der Grosse Brockhaus (“La gran Brockhaus”), se comenzó a publicar en Leipzig, Alemania, entre 1796 y 1808, bajo un título diferente. En su edición de 2006 contenía alrededor de 17.000 páginas, siendo la enciclopedia más grande de la lengua alemana, con textos, mapas, gráficos y tablas.

Hacia una enciclopedia global

Como hemos visto, a medida que nos adentramos en la contemporaneidad, los proyectos enciclopédicos fueron no solo muy abundantes, sino también diversos, y pronto dieron su salto hacia otros formatos de conservación de información. Así, de la mano de la revolución digital que dispararon hacia finales del siglo XX las computadoras, aparecieron las primeras enciclopedias en discos compactos (CD y luego DVD), como la Enciclopedia Encarta de Microsoft, publicada entre 1993 y 2009, o la Enciclopedia Universal Micronet, de origen hispano.

Y finalmente, con la llegada de Internet durante la década de 1990, aparecieron los primeros portales enciclopédicos, como el sitio Interpedia, creado en 1993 por el estadounidense Richard Gates, y como la más popular y debatida enciclopedia abierta y colaborativa, la Wikipedia, creada en 2001 por Jimmy Wales y Larry Sanger.

De espíritu libre, políglota, y desarrollada sin fines de lucro, la Wikipedia cuenta con más de 50 millones de artículos escritos, revisados y corregidos por sus diversos colaboradores voluntarios en 300 idiomas distintos: un volumen imposible en la era predigital y que haría palidecer a los mismos Diderot y d’Alembert, sembradores de una semilla que ahora miles de usuarios en el mundo ayudan a cultivar con el mismo interés que los motivaba dos siglos antes: el de esparcir el saber humano hacia todos los rincones del planeta.

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