El mundo de la enciclopedia y el de Internet se unieron para ofrecer contenidos interactivos en constante evolución.

A inicios de 2012, la célebre Enciclopedia Británica anunció que abandonaría su tradicional formato impreso, en el que circuló ininterrumpidamente por 244 años. En lugar de sus acostumbradas solapas de cuero negro y su papel de Biblia, la enciclopedia más celebrada del mundo pasó a estar disponible únicamente a través de Internet en diferentes formatos pagos y gratuitos, que representaban hasta ese momento casi el 85 % de sus ingresos, frente a las irrisorias cifras de ventas en físico de su última edición (2010).

Para muchos, esta noticia constituyó la confirmación de que en materia de divulgación del conocimiento las tendencias efectivamente se alejaban del papel y apostaban más bien por los soportes digitales, especialmente por la World Wide Web. La fluidez del mundo virtual anotaba un gol decisivo. Algo que el mismo Jorge Cauz, presidente de la Fundación Enciclopedia Británica, explicó de la siguiente manera: “Una enciclopedia impresa es obsoleta en el minuto mismo en que se imprime”.

El salto cuántico

Desde mediados de la década de 1990, el mundo de la enciclopedia y el de Internet parecen haber comprendido su destino común. Los primeros intentos de enciclopedias digitales, enmarcados en el Proyecto Gutenberg, involucraron a la 11va edición de la Enciclopedia Británica, cuyo primer volumen se publicó en formato ASCII, antes de que desacuerdos entre los participantes detuvieran por completo el trabajo. En 2002 se publicó el resto de los 28 volúmenes, que pronto hicieron frente a reclamaciones de copyright.

La competencia, no obstante, fue menos quisquillosa. Seguramente tenía menos que perder, a pesar de que otros proyectos en disco compacto, como la Encarta de Microsoft, tenían su público entre las primeras generaciones de estudiantes con un computador en casa. Pero el verdadero cambio de paradigma llegó de la mano de un reclamo largamente pospuesto: el del libre acceso a la información.

En 1993, Rick Gates y RL Samuell, participantes en las PACS-L (Foro sobre Sistemas Computacionales de Acceso Público) habían acuñado el término “Interpedia” para nombrar un posible proyecto de colaboración conjunta entre distintos usuarios de la red, que permitiera acumular conocimientos en una suerte de catálogo central para después someterlo a la valoración y aprobación por parte de agencias independientes.

Este proyecto fue largamente discutido y jamás se concretó ya que muchas de las necesidades que aspiraba a resolver fueron abordadas por los buscadores e índices que surgieron con el boom de la web. Sin embargo, Interpedia vaticinó la revolución divulgativa que Internet traería consigo, sobre todo a través de proyectos de espíritu libre como Wikipedia (2001), Enciclopedia Libre Universal en Español (2002), Base de datos punto com (2002) o Citizendium (2006), que se rigen por la lógica colaborativa de la Wiki, esto es, el aporte voluntario y colectivo de los propios usuarios.

A ello habría que sumar, en los años venideros, una verdadera avalancha de contenido textual y audiovisual generado por los propios usuarios de Internet en blogs, videos de YouTube, portales escolares y miles de páginas web compitiendo entre sí por visibilidad. Frente a ese panorama, el público estudiantil debía no solo encontrar la información, sino también diferenciar la valedera de la inútil, la confiable de la desechable: un nuevo dilema que trajo consigo la proliferación libre, aunque caótica, de la información en línea.

¿Por qué una enciclopedia en línea?

Si algo demuestra el punto final de este recorrido es la vigencia de muchas de las ideas de la Ilustración, que inspiraron en el siglo XVIII la aparición de la primera enciclopedia de la historia. No porque aún reinen la superstición, el fanatismo religioso y el oscurantismo con que juzgaba la Ilustración europea a su herencia medieval, sino porque en el océano informativo en que Internet se ha convertido, la enciclopedia es probablemente la mejor tecnología educativa disponible para la consulta, la referencia rápida y la educación autodidacta.

Esto se debe a que el formato enciclopédico digital goza de la concisión, la organización, la interactividad y la legitimidad necesarias para satisfacer de la mejor manera posible las necesidades informativas del público. Estas son algunas de las ventajas de la enciclopedia online:

  • Mediante la lógica del hipervínculo, teje redes de saberes permitiendo al lector viajar de una página a otra, de un término a otro, y acceder a información secundaria pero pertinente, conforme a su relevancia o proximidad dentro de una temática específica.
  • Al tratarse de un formato textual, permite introducir grandes cantidades de información sin por ello excluir lo audiovisual, lo cinemático o incluso lo interactivo, sacando así el mayor provecho a la plataforma tecnológica en línea.
  • Admite también diferentes mecanismos de legitimación de la información: a través de revisión de pares (en el caso de las enciclopedias colaborativas) o a través del aporte de especialistas en la materia, sin por ello afectar el lenguaje abierto y democrático de cada artículo. Esto es vital para la labor divulgativa, cuyo norte es siempre aclarar y no oscurecer el conocimiento a través de una escritura amigable.
  • Incluye metadatos sobre la investigación, tales como la metodología o la referencia bibliográfica, para inducir al lector al manejo responsable de la información e incluso impedir el “copypasteo” (o copiar y pegar) que, valiéndose de la tecnología, reduce la experiencia de aprendizaje a solamente encontrar la información pero no comprenderla.
  • Permite captar al lector interesado y orientarlo a otras fuentes de información legítima en la web, contribuyendo a crear circuitos de calidad que constituyen islas en medio de un océano de información.
  • Aprovecha las virtudes ecológicas de lo digital (se evita el uso del papel) para romper además con el antiguo paradigma que asociaba lo impreso a lo legítimo y lo virtual a lo falaz.

La enciclopedia en línea es una valiosa contribución para una ardua tarea: la de enriquecer Internet. Esto pasa por organizar lo que de a ratos pareciera ser apenas un laberíntico depósito de información, aplicando criterios amigables, responsables y modernos. Esa parece ser la versión contemporánea de lo que en su época quisieron los pensadores de la Ilustración: construir un instrumento para democratizar las ideas y promover el pensamiento crítico, es decir, para forjar una humanidad más despierta y reflexiva.

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