El 2020 probablemente marque un punto de inflexión en nuestra forma de entender el futuro de la educación.
La alarma global frente a la pandemia del COVID-19 a inicios de 2020 hizo más complicadas todas las esferas de la vida cotidiana. Más allá de la imposición de distancias sociales mínimas y del uso de mascarillas, supuso un reto especialmente importante para la continuidad del sistema productivo, esto es, para las labores de trabajo y para la educación, ambos procesos vitales en la construcción del futuro inmediato.
La pandemia otorgó poco margen de maniobra a los gobiernos del mundo para repensar y rediseñar un modelo educativo que lleva casi doscientos años en funcionamiento. Según UNICEF, alrededor de 1.600 millones de niños en el mundo han visto su dinámica educativa interrumpida por el cierre de las escuelas, una cifra preocupante de cara a la recesión económica y el posible aumento del trabajo infantil.
Ganadores y perdedores
En este panorama, Internet parece ser la herramienta ideal para suplir la ausencia física de los alumnos. Plataformas de telecomunicaciones masivas como las ofrecidas por Zoom, Google y Microsoft, fueron en ese sentido grandes ganadoras de usuarios. Muchas de ellas supieron adaptarse a la demanda creando nuevas modalidades de transmisión, ofreciendo planes económicos o gratuitos para las escuelas.
Se esperaba que estas herramientas reprodujeran a distancia el modelo alumno-profesor permitiendo así que la enseñanza, de alguna manera, siguiera su curso ordinario, complementada normalmente con el uso del correo electrónico y otros servicios de mensajería como WhatsApp.
Lo obtenido, sin embargo, y en el mejor de los casos, se asemeja más a un salón de clases espiado a través de la modesta resolución de la cámara de un computador. Tan pronto finaliza la transmisión, el alumno está nuevamente inmerso en su hogar, lejos del clima de estudio y aprendizaje social que su presencia en la escuela propicia, y teniendo que cumplir por cuenta propia las asignaciones planteadas por el docente; quién sabe si con el acompañamiento de alguno de sus padres, asediados a su vez por los rigores del home office o las amarguras del desempleo.
Este tipo de experiencia educativa depende enormemente de la disponibilidad de un dispositivo electrónico para cada estudiante y de la velocidad de transmisión de datos del plan de Internet contratado en su casa, de haberlo, en un mundo cuya penetración de Internet alcanza tan solo el 57 % y en términos brutalmente desiguales (al 95 % del Reino Unido se contraponen el 63 % en promedio de Centroamérica, el 34 % de India y el apenas 1,4 % de Eritrea).
Pero por fuera de Internet, por lo pronto, pareciera no haber alternativas. Naciones dotadas de un servicio de Internet de muy baja velocidad, como Paraguay (1,4 mbps), Venezuela (1,8 mbps) o Egipto (2 mbps)[1], debieron optar entre planes educativos a través de la televisión –aplanando todavía más la experiencia educativa y haciéndola aún más unidireccional– o sencillamente suspender las clases hasta nuevo aviso, con la esperanza de volver paulatinamente a las aulas en cuanto las cifras de contagio disminuyeran.
Una oferta virtual y autodidacta
Resulta poco probable que semejante dilema global tuviera una respuesta sencilla, pero tampoco es cierto que antes del Covid-19 no hubiera iniciativas educativas pensadas a partir de la red, ni tampoco que no existiera una demanda de herramientas virtuales de enseñanza. Pero el aprendizaje a través de Internet puede provocar un cambio de paradigma: una educación más autodidacta y a pequeña escala, alejada del guion ordenado y jerárquico de los programas de curso escolar.
La oferta existente es inmensa: desde tutoriales de YouTube de elaboración casera, hasta canales audiovisuales educativos, como los ofrecidos por PBS Digital Studios, o iniciativas dinámicas y animadas como Kurzgesagt, The School of Life o La Eduteca, disponibles en diversos idiomas, por solo mencionar algunos ejemplos.
A ello se suman diversas apps educativas para descarga, ideales para aprender por cuenta propia algún idioma extranjero, apoyarse en la resolución de ejercicios matemáticos o simplemente adquirir nuevas herramientas conceptuales. También portales educativos y enciclopédicos gratuitos, que van desde blogs dedicados al refuerzo escolar y ceñidos al sistema educativo, hasta las tan discutidas Wikis, y herramientas en línea como Khan Academy, Udemy o Tutellus, entre cuyas funciones está permitir el diseño virtual de clases y evaluaciones por parte de docentes reales.
Punto aparte ameritan plataformas educativas más formales, como Coursera, Crehana, edX o Domestika, en las que especialistas de un oficio o un saber organizan charlas, clases y conferencias, tanto pagas como gratuitas, para quienes se encuentren interesados en la materia.
La lección a aprender
La totalidad de estas iniciativas educativas, sin embargo, y por más interesantes que sean, no son más que el punto de partida para un cambio venidero en los paradigmas de enseñanza. Posiblemente la escuela prusiana quede atrás y se adapten los modelos educativos a nuevas formas de pensamiento contemporáneo: los hipervínculos, lo multimedia y la interactividad extrema de los entornos digitales.
El entusiasmo por el progreso, sin embargo, no puede hacernos perder de vista la realidad que trajo de vuelta a la luz la pandemia actual: la de un mundo que aspira a las estrellas, pero que deja rezagados, al mismo tiempo, a quienes simplemente nacieron con menos suerte.
El 2020 probablemente marque un punto de inflexión en nuestra forma de concebir el mundo, de pensar el trabajo y de entender el futuro de la educación, que hoy se encuentra aún en gestación.
[1] Datos de 2017. La media global era de 7,2 mbps. Todo según mediciones de Akamai Technologies, Inc.
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